Una puñalada no es suficiente
Por: Gabriela Cañas
José Parejo Avivar sintió como una afrenta intolerable que su exmujer, Ana Orantes, contara en la televisión cómo él la maltrataba y la forzaba a mantener relaciones sexuales incluso tras cada parto de cada uno de sus once hijos. Su venganza fue salvaje. La asaltó en su propia casa, la roció de gasolina y le prendió fuego. Aquel asesinato despertó en 1997 la conciencia ciudadana contra los crímenes machistas, que no solo no cesan sino que se siguen caracterizando por su extrema crueldad. Los hombres que matan a sus mujeres no suelen optar por un navajazo limpio o un golpe certero. La ira es el denominador común. El Observatorio de la Violencia Domética del Consejo General del Poder Judicial ha hecho las cuentas analizando hechos probados: la media de cuchilladas que recibe una mujer en este tipo de crímenes es de 14,8. ¿Por qué?
El escenario de un crimen machista ofrece con frecuencia un dantesco espectáculo. No solo por la alevosía con la que la víctima ha sido atacada. También por la incomprensible actitud del autor de los hechos. "No es extraordinario encontrar al agresor hablando al cadáver de su víctima", explica Miguel Lorente, médico forense y ahora delegado del Gobierno para la Violencia de Género. "Te lo mereces por todo el daño que me has hecho", le decía un hombre de 77 años al cuerpo sin vida de su mujer, de 67, tras abrirle la cabeza a golpes y degollarla con un cuchillo. "¿Ves como no podía vivir sin tí? Me has despreciado", gritaba en un escenario similar un hombre de 85 años. Ante el juez, los agresores recurren a menudo a una pueril justificación: "Se empeña en llevarme la contraria".
La extrema crueldad de los crímenes machistas y el victimismo de los verdugos son asuntos que llaman la atención de los expertos. Lorente, máxima autoridad en la materia, explica que el reciente y polémico artículo de Salvador Sostres justificando el crimen de un "joven normal" que mató a su compañera al enterarse de que el hijo que esperaba no era suyo, expresa con pasmosa fidelidad el sentimiento que mueve al verdugo en este tipo de crímenes. "El agresor se considera humillado y ultrajado. Que la mujer intente abandonarlo lo ve como un ataque a su condición de hombre. Con su crimen logra solo una cosa: que la otra persona no la deje en mal lugar.
Estos crímenes son venganzas crueles porque tienen que ver con lo identitario", explica Lorente.
El agresor, que suele suicidarse después del crimen o entregarse a la policía, destruye su propia vida. Prefiere tal opción a quedar desairado por una mujer ante los suyos. "Son crímenes cargados de ira y gran violencia en los que el verdugo mata con sus propias manos o con arma blanca, con una proximidad a la víctima muy estrecha", explica Inmaculada Montalbán, presidenta del Observatorio de Violencia de Género en el CGPJ. "Con el crimen, el verdugo reafirma su autoridad. Demuestra ser el dueño y señor. Es una demostración de poder".
Los expertos dicen que todavía hoy hay una cierta tendencia a ver el sentido romántico de estos homicidios, como cuando se les llamaban "crímenes pasionales". Pero la tendencia predominante es la de considerarlos abominables y los jueces imponen penas cada vez mayores. Enraizados en una cultura androcéntrica en la que el hombre se considera el ombligo del mundo y la mujer un mero satélite que carga, eso sí, con su honra y su honor, el fenómeno no declina. Y de 2009 a 2008 los expertos incluso han detectado que la media de cuchilladas que recibe cada víctima ha aumentado. Todos los datos están publicados en un informe del CGPJ que recoje solo hechos probados y que también habla de ese 9% de crímenes de violencia doméstica en los que el verdugo fue una mujer.
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